viernes, 3 de agosto de 2018

22- Huehuetenango: culminación de 1ra visita.

El mapa a continuación muestra nuestro recorrido, en color naranja, desde cuando salimos de ciudad Guatemala, pasamos Los Encuentros y llegamos al mirador de Chichicastenango. 

Luego, en color turquesa, el recorrido desde dicho mirador, atravesando Santa Cruz Del Quiché, hasta el puente sobre río Negro, donde al otro lado del mismo encontramos el desvío hacia el camino de terracería, en color rojo, que nos llevó hasta el nacimiento del río San Juan, en Aguacatán. Esta ruta se ve a la perfección en google maps.

Las líneas de puntos en color negro y en color turquesa señalan las alternativas viales que podíamos tomar, haciendo la circunvalación mencionada en cada caso, y que finalmente no recorrimos.

La ruta en verde claro corresponde al periplo entre dicho nacimiento del río, Chiantla, el mirador Dieguez Olaverri, la laguna Magdalena y el retorno sobre el mismo, para llegar nuevamente a Chiantla, donde en ese momento, recordemos, el reloj marcaba casi las 16:20 y nuestros estómagos reclamaban con furia engullir alimento formal alguno. Almuerzo.   

La ruta verde oscuro, con el desvío en rojo, que luego vuelve a la CA-1, en verde oscuro, es la que a continuación intento describir. 




A pesar del férreo reclamo gastronómico, el fervor religioso, aunque más la estratégica ubicación de la Parroquia de Nuestra señora de Candelaria, justo en el medio del trayecto, nos obligó a detenernos frente a ella e ingresar a conocer y venerar a la virgen de Chiantla, como se conoce a la imagen de cerca de 2 metros de alto, con capa y atavíos repujados en ancestral y bruñida plata extraída en la misma zona, allá por los siglos XVII y XVIII.

Al momento de salir de la iglesia, el parque de Chiantla, ubicado justo al lado, con sus bancas, fuente y sencillos jardines, invitó a ser recorrido, con la magnífica sorpresa de que justo sobre la otra calle, paralela, surgía de manera inesperada un rótulo rezando: restaurante. Se imaginan entonces. Sí, justo ello: pasta a la bolognesa con pan con ajo. Reponer energías con la ingesta de carbohidratos resultaba esencial.

Ahí, a la mesa, finalmente ella y yo relajamos nuestros cuerpos y los pensamientos, pues como reza el dicho, a barriga llena, corazón contento. Además, sendas tazas de café y pastelillos como complemento, máxime que celebrábamos el cumpleaños de mi parte femenina, propiciaron finalmente algún taciturno letargo al ritmo del ocaso que finalmente permitía a los, "oh azules, altos montes" Cuchumatanes fundirse en la oscuridad nocturna del universo. 

El hospedaje previo reservado se encontraba a no más de quince minutos de distancia, según indicaban los instrumentos digitales, por lo que anticipadamente dábamos por finalizada la faena, por fortuna, con todo éxito. Reincorporándonos lentamente entonces, despacio, caminamos tomados de la cintura uno al otro en dirección al auto para ese postrer y pequeño trayecto.

Durante el mismo resulto imposible no comentar acerca de la limpieza que hemos observado a lo largo. Aunque de manera principal, en los caminos dentro del área rural. Nuestras áreas urbanas, principalmente sobre la costa hacia el pacífico, nos degradan. O quizá solo muestran nuestra irresponsabilidad, haciéndonos justicia. No sé. 

Buenas noches.

Buenos días!!! Ya amaneció. Ánimo!!!

Ella quiere ir a Chiantla nuevamente; específicamente, visitar a la virgen otra vez. Quiere dar gracias por ese otro año suyo de florescencia. Y claro, para allá nos dirigimos. Yo también estoy agradecido.


El periplo es similar al del día anterior, aunque con más solemnidad y más minutos en comunión, principalmente consigo mismo, dado que toda fuerza superior, aunque inmensa, solo puede tener cabida dentro de cada quien. En mi caso, dentro de mí.

En las dos ocasiones frente a la virgen, he visto fieles antes, durante y después de nuestra estancia ahí. Siempre los hay. El fervor religioso aún es profundo en nuestros pueblos. Por fortuna. Pues de una u otra manera inculca respeto.

Una vez afuera, pocos metros abajo del atrio, sendo rótulo alegórico al municipio y algunas damas en un evento social proporcionaban un toque en do la si sol al entorno.      

Dado lo grato de la cena el día anterior en el restaurante de las inmediaciones, decidimos tomar el desayuno en el mismo lugar. 

Luego, al filo de las 9 con 30 de la mañana, enfilamos de regreso hacia la ciudad de Huehuetenango. Nuestro objetivo entonces: el parque central y sus rededores, aunque de manera especial: su mercado municipal. Sí, los mercados reflejan de genuina manera la auténtica cultura de los pueblos.

La fotografía al lado muestra el edificio de la municipalidad en tanto la inferior, la catedral. Como ven, estaba cerrada. 
El mercado, aunque exquisito, también se extiende hacia afuera de su edificio mismo, como suele suceder en la mayoría de pueblos del país, ante lo pequeño que ahora resultan tales edificaciones. De tal, entramos y salimos de él sin percatarnos siquiera del momento preciso; sin embargo, resultó en el festín que habíamos anticipado. Principalmente en cuanto a frutas y verduras.

Sí. Duraznos, fresas, tunas, naranjas, cerezas, perotes, peras y demás, aunque también hierbas de toda la gama de aromas y sabores conocidos y desconocidos se esparcen a diestra y siniestra entre canastos de mimbre y simples mantas sobre el suelo por las calles aledañas, mezclándose con las ventas de ropa, cds, casettes, plantas medicinales y tanto más. 

¿A cómo los duraznos? A 50 centavos los pequeños y a quetzal los grandes. ¿Y las fresas? La bolsa de 2 libras a 5. Bien, llevaré 10 duraznos de a 50 centavos y una bolsa de fresa. 10 quetzales. Gracias. Hasta luego.

Huehuetenango posee muchísimos recursos naturales que lo convierten en visita obligada para el turista, sin duda alguna; sin embargo, debido al conflicto armado interno, durante muchísimo tiempo su principal atractivo turístico para el mundo se limitó a la ciudad maya de Zaculeu, máxime que la misma se encuentra al igual que Chiantla, dentro del mismo vecindario, por así decir.


De tal, una vez hemos cargado con las compras en el mercado, nos dirigimos al estacionamiento donde previo dejamos el auto y nos dirigimos a Zaculeu. 


En 2012 realicé el periplo necesario de 5 días caminando entre la selva de Petén para conocer la ciudad maya de El Mirador, en el norte del país, aventura que narro en el libro: "Así Conquistamos El Mirador, la ciudad maya", por lo que el ámbito arqueológico no me es ajeno ni indiferente.

Luego de casi 1 hora recorriendo los cerca de 40 mil metros cuadrados que albergan las 9 o 10 edificaciones prehispanas y el museo, nos despedimos de la ciudad de Huehuetenango.  


Hemos concluido que es toda otra ciudad con el salvajismo de las zonas urbanas. Centros comerciales, transportes que van y vienen, gente, mucha gente, universidades, bocinas, semáforos, policías, prisas  y demás. Toda otra jungla inerte que solo cobra vida ante la actividad comercial.  

Estando ubicado Zaculeu en el lado oeste de la ciudad, y la salida sobre la CA-1 hacia el este, debemos atravesar por completo todo el centro de Huehuetenango, lo que se nos dificulta ante la ausencia de ayuda digital en ese momento. Finalmente, con las indicaciones de vecinos, lo logramos. En ese instante son las 11 horas con 20 minutos.

Ahora mismo estamos emprendiendo el regreso a ciudad Guatemala, aunque como anticipé, lo hacemos a través de la carretera CA-1 o Interamericana, la cual se nos ha advertido previo, presenta algunos inconvenientes en su cinta asfáltica. Ya veremos.

Y es que dependiendo de cuánto tiempo nos roben dichos inconvenientes, decidiremos en su momento si nos desviamos en Pologuá hacia izquierda de la carretera, sobre otro camino de terracería para conocer Momostenango y sus ancestrales riscos.

La imagen refleja que no tuvimos inconveniente.

De hecho, luego de alguna precaución en la conducción ante las advertencias, comprobamos que el camino estaba en buen estado, y salvo dos pequeñas paradas de 5 y 10 minutos, pues algo estaban reparando, continuamos con nuestro viaje, y justo en Pologúa nos desviamos.

Tal como nos sucedió en el anterior cruce y camino de terracería para llegar al nacimiento del río San Juan, ahora también una pareja de vecinos a la que pedimos indicaciones nos pide llevarlos. Ellos también se dirigen a nuestro destino: los riscos de Momostenango.

Así las cosas, en un periplo entre bosque y hortalizas, con agradable conversación a bordo, llegamos a Momostenango. 


Lamentablemente, celebraban su fiesta patronal, Santiago, aunque poco tarde, pero bueno, es su asunto. Y digo lamentablemente porque la procesión que en ese momento circulaba en calles y avenidas del pueblo obstaculizaba el tránsito y generaba congestionamiento y muchedumbre, lo que nos impedía circular con tranquilidad. El lado bueno fue que calles y avenidas hacia los riscos, los cuales se encuentran también dentro del mismo vecindario, estaban por completo habilitadas, por lo que de inmediato nuestros pasajeros nos guiaron y llegamos al destino.

Mi reloj marcaba justo las 13 horas con 15 minutos. La una y cuarto de la tarde. 

En realidad, el sitio no ofrece más nada que los riscos, y estando dichos ubicados ahora dentro de área urbana, pues no se puede disfrutar siquiera de algún esparcimiento o comodidad, como antaño, según contaba mi padre, cuando hizo el periplo, allá por 1960. Vivarachos 60 años atrás. De tal, tomamos las fotografías de rigor y, huala, para afuera. 


Tomamos ahora rumbo a San Francisco El Alto, sobre otro camino con asfalto que de manera paulatina se interna serpenteando sobre la cola, o el principio, de la sierra de Las Minas. Nos conduce hacia otro de nuestros destinos previo acordados: uno de los pocos bosques con que aún contamos en Guatemala. El reconocido bosque de Totonicapán.


Este se extiende por cerca de 80 kilómetros cuadrados a lo largo de dicha sierra, sin embargo, eso es poquísimo en realidad para los 108 mil kilómetros cuadrados del país y los 17 millones de habitantes que probablemente tenemos, pero más aún, considerando que es, amén de los pocos, uno de los más grandes. Superado solo por otro sobre la misma sierra de las Minas, aunque a inmediaciones de Izabal y Baja Verapáz.

La fotografía solo refleja el tamaño de los pinos cercanos, más no la densidad que el bosque llega a adquirir en determinado momento, sin embargo, reitero, la reforestación del país a nivel nacional es un tarea pendiente de todos los guatemaltecos.

Debemos hacerlo, sea de manera conjunta o individual, con o sin apoyo del gobierno, pues al fin de cuentas es para nuestra propia sobrevivencia; de tal suerte, todos debemos aportar nuestro grano, principalmente sobre los lomos de montaña, donde se forman los bosques nubosos que alimentan los manantiales.

Finalmente, nuestro periplo por conocer esa región del occidente del país terminará una vez recorramos el mencionado pueblo de San Francisco El Alto.

Este posee singular atractivo, más allá de por su actividad comercial, por la voluptuosidad de dicha actividad; Sí, sin duda, millonaria; así también, por lo sinuoso y accidentado de su territorio, ya que se encuentra asentado justo sobre una empinada colina, misma sobre la que el pueblo se ha ido recostando y desparramando a través de los años conforme a su crecimiento.

Sus confecciones, justo para su frío clima, según se observa en sus cientos de vitrinas, escaparates y exhibiciones comerciales, son por demás llamativas y conquistadoras. A la altura de las más cosmopolitas ciudades.

Al recorrerlo de principio a fin, desde arriba hacia abajo, finalmente nos encontramos otra vez sobre la carretera Interamericana, la CA-1, la cual abandonamos kilómetros atrás, en Pologuá, cuando nos internamos en este recorrido por Momostenango y San Francisco El Alto, del cual ahora salimos, y que en el mapa anterior está marcado en color rojo. 

Finalmente, vamos rumbo a Guatemala sobre la comodidad de los dos carriles en cada sentido de la CA-1. En una hora y media aproximadamente estaremos en Los Encuentros otra vez, y recorreremos entonces nuevamente la ruta anaranjada, misma que el día de ayer nos trajo desde ciudad Guatemala. Hoy, nos lleva a ella. Aunque para ello debemos pasar Chimaltenango. 

Es hora de almorzar. Buen provecho!!! 

Entre tanto, os anticipo que el siguiente periplo será al cimarrón y aledaños. Aún no sé cuándo, pero sin duda, lo tendrán. 









 






  


  




   

jueves, 2 de agosto de 2018

21 - Huehuetenango. Primera aproximación.

Durante la segunda quincena de julio, en Guatemala se presenta una canícula climática. Es decir, en plena época de lluvia, repentinamente dicho meteoro climático cesa durante dos o tres semanas, generando con ello un momento precioso para recorrer el país, máxime que las lluvias previas han contribuido a reverdecer el paisaje boscoso.

Por otro lado, en este 2018 recibimos varias advertencias acerca del peligro de los rayos de sol en esta época debido a diferentes razones. Así, lo que en principio planeamos como un viaje a la costa del mar caribe, Playa Blanca, cerca de Livingstone, en Izabál, lo cambiamos repentinamente y decidimos viajar a Huehuetenango. Único departamento del país al que por azares del destino nunca habíamos viajado.

Así las cosas, partimos.

Para evitar el caos cotidiano del tránsito en la ciudad, pero también el que implica atravesar el poblado de Chimaltenango, que cuando menos arrebata 40 minutos del viaje, salimos de ciudad Guatemala rumbo a aquella población del occidente del país, justo a las 4:40 de la mañana. Haberlo hecho después de las 5:15 implicaba correr el riesgo de ser atrapados por la vorágine vehicular. En cualquiera de las dos ciudades, o en las dos. 

Así, y tomando como referencia el Trébol, ubicado entre las zonas 8, 11 y 12 de la ciudad, y punto de encuentro y cruce de las más importantes carreteras del país, a las 5 am enfilamos sobre la calzada Roosevelt, rumbo al occidente del país, con Mixco y San Lucas Sacatepequez como primeros poblados a atravesar, dentro de un perímetro de 30 kms. Lo hacemos ahora en 2018 sobre una espléndida carretera de 2 carriles en cada sentido, conocida como Carretera Interaméricana o CA-1, en su parte hacia el occidente del país. 

Luego de atravesar esos poblados y probablemente ya con sweater, recorremos las orillas de Sumpango y poco antes de las 5:40 AM, justo cuando el sol inicia, atravesamos El Tejar y Chimaltenango. Lo cual se hace sobre una carretera de solo dos carriles, uno en cada dirección, razón por la que con cualquier transporte de carga pesada en tránsito y la mayor afluencia de autos, se congestione, lo cual obliga a madrugar.

Una vez fuera de Chimaltenango, y cerca de una hora después de haber salido de Guatemala ciudad, finalmente avanzamos sobre alguna de las dos largas rectas del poblado de Patzicía, con sus hortalizas desplegándose a ambos lados de la carretera. Hemos recorrido cerca de 70 kms y el sol concede la claridad necesaria.

Nuevamente sobre autopista de dos carriles en cada dirección, el tránsito fluye más rápido y es menos denso; paulatinamente, incursionamos entre un paisaje de bosques y clima aún más fresco, el cual continuará siendo así, hasta obligar quizá a abrigarse mejor. 

En pocos minutos se atraviesa el área de Tecpán, donde restaurantes con especialidades gastronómicas propias de la zona, y el gusto y la cartera de los comensales, pululan entre pinos y encinos a derecha e izquierda, a lo largo de la carretera y sus curvas.

Luego, empezamos el ascenso de la sierra, hasta cerca de los 2,700 metros snm. Un área donde detenerse y observar el paisaje en lontananza se antoja, máxime cuando se es primerizo en el trayecto. Y cómo no, si los retazos de hortalizas en diferentes tonalidades de verdes recostados sobre las suaves pendientes de lomas y montañas vecinas, el clima fresco, el cielo azul y las motas de algodón suspendidas en él invitan con sutileza y propician el encuentro. Y si de pronto algún ave rasga con su canto el paraje, pues...

Bueno, continuando así, en un deleite extremo para la vista, finalmente se llega a Los Encuentros. Cerca de 125 kms y dos horas o dos horas quince después de haber salido de ciudad Guatemala.

En este sitio, Los Encuentros, previo plan, debe tomarse uno de los dos caminos posibles. Continuar sobre el que vamos, hacia izquierda, y que dicho sea de paso, lleva al cruce para Panajachel, o tomar el de la derecha.

Continuar sobre la carretera principal, a izquierda, que lleva a Quetzaltenango y también a Huehuetenango cabecera, garantiza algún paisaje y la comodidad de sus dos carriles en cada sentido. Tomar el otro camino, hacia derecha, nos pone en los próximos 25 kms a lo sumo, en un trayecto de verdad sinuoso, con cerradas curvas y profundos precipicios, sobre un solo carril, pero con atractivos de interés como lo son, en los próximos 30 o 45 minutos, Chichicastenango y Santa Cruz del Quiché. Luego, la carretera es bastante segura para conducir en ella y con espectaculares vistas de los valles y montañas circundantes. Como destino también lleva hasta Huehuetenango cabecera.

Nosotros hemos tomado el camino hacia derecha, el angosto; y una vez en Huehuetenango, hemos regresado sobre el camino que en este momento nos queda a izquierda, la misma CA-1 o Ruta Interaméricana. Es decir, hemos recorrido un círculo completo, lo cual nos ha brindado la oportunidad de conocer ambos caminos.

Así, una vez incursionamos en el angosto camino, y como el estómago reclama desayuno, nos detenemos en el primer punto de interés, a 9 o 9.5 kilómetros adelante de Los Encuentros: en el mirador de Chichicastenango. Ubicado mucho antes de llegar a esa ciudad, pero desde el cual la misma se observa en una bella panorámica, al igual que la ciudad de Santa cruz del Quiché, más lejana, y las montañas circundantes. Una vista excepcional.

Hemos llevado avío, por lo que en 20 minutos el festín gastronómico ha finalizado y continuamos el recorrido. Los próximos 20 o 25 kilómetros son los más sinuosos y agrestes por recorrer a todo lo largo de este, así que con precaución, pero con entusiasmo. Pronto, en cuestión de 15 o veinte minutos, llegamos a Chichicastenango. Quizá a 5 o 6 kilómetros de distancia desde el mirador.

Chichicastenango tiene en el colorido de los trajes indígenas y en los aromas y la mística de su iglesia parroquial de Santo Tomás sus principales atractivos. Para conocerlos, en rededor del pueblo hay estacionamientos donde dejar el automóvil y recorrer a pie las 4 o 5 cuadras a lo sumo necesarias para ir y venir.

Una hora ahí es más que suficiente, por lo que continuamos rumbo a Santa Cruz del Quiché. Para llegar a ella, nuevamente recorremos otro tramo de curvas y pendientes. Otros 16 o 17 kilómetros a lo sumo.

Justo antes de ingresar a la ciudad, al lado izquierdo del camino se encuentra la laguna de Lemóa. Una pequeña laguna que al día de hoy aún ofrece algún paisaje. De detenerse, 5 minutos serán suficientes.

Dentro de la ciudad de Santa Cruz del Quiché resalta la Torre de Piedra, al lado del parque central, en pleno centro de la ciudad. Habiendo ahí una alta carga vehícular, se sugiere verla sin descender del auto. De hecho, la calle que pasa justo enfrente de ella es la que conduce hacia la salida de Santa Cruz, justo a la carretera que continua hacia Huehuetenango.

Una vez atrás esta ciudad, el entorno natural de la carretera cambia, ofreciendo otra manera de deleitar la vista, aunque siempre con paisaje natural, pero más profundo y amplio.

Las hortalizas, aunque se niegan a desaparecer, ceden la mayor parte de tierra a las siembras de maíz, la crianza de ganado lanar y los pequeños y frondosos árboles de manzana y durazno.

Sin embargo, también el tono de azul del cielo y la blancura de las nubes cautivan. Al extremo que hasta el menos de los poetas resulta incapaz de dormitar.

Los sentidos cobran vida, y los sentimientos se desbocan, no pocas veces a través de ojos cristalinos que brillando con fulgor, parecen echar chispas envueltas en lágrimas.

Una noche ahí, en las inmediaciones, al abrigo de la luna y el cielo, que ha de contener más estrellas que cualquier otro, se antoja; aunque con el certero frío al ocultarse el sol, seguramente será menester resguardarse en alguna de las tantas casas de adobe circundantes, al lado del calor de la melancólica lumbre que de manera parsimoniosa cocina el maíz y los frijoles.

Una taza de café o chocolate; un grueso poncho de lana encima, y allá, a través de la ventana, sin vidrio alguno, el cielo con cientos de diamantes titilando, cuyo valor ninguno conocido supera.

El canto de algún búho en lontananza y las chispas del fuego tronando entre los leños.       
Pero no. Aún es de día. De hecho, el sol, pletórico, calienta el entusiasmo, y le da aún más vida a la misma vida.

Alguno que otro pajarillo trina en clave de sol en las inmediaciones de aquel árbol, al unísono con el ronco cacareo de la gallina que, agitada, corre detrás de sus inquietos polluelos, advirtiéndoles del viaje sin retorno que pueden llegar a realizar, de aventurarse entre la diminuta corriente de cristalinas y diáfanas aguas que se pierden en el infinito.

El viento, entre tanto, se entretiene meciendo con suavidad las flores de las mil y tantas otras más milpas que, alineadas contra la cima de la distante cordillera, se esfuerzan por mantener la compostura, incluso con cierto aire de indiferencia ante el atrevimiento de mi mirada.

Pero, caramba, esto no es poesía, me reclama ella, quien me lee en tanto escribo. No soy poeta, ni por asomo, le respondo. Pero no puedo dejar de revivir lo que he vivido.

Y así, continuamos el periplo.

Algunos cuantos kilómetros adelante enfrentamos nuevamente el dilema de las opciones de camino. Se aproxima el crucero. De manera directa y sin vacilación alguna, podemos hacerlo tomando hacia la izquierda, directo a Huehuetenango; o bien hacia derecha, para ir previo a Sacapulas, y de ahí doblar hacia la izquierda para dirigirnos nuevamente a Huehuetenango. La diferencia entre una y otra representa poco más de 60 kilómetros.

Entonces, ¿por qué el dilema? Porque no entonces tomar sin más la carretera corta. ¿Tiene algo especial Sacapulas?

Pues, de manera simple, por esto: 
El nacimiento del río San Juan.

Un accidente natural al cual podemos llegar en automóvil justo hasta donde brota de entre la tierra un fenomenal caudal de agua.

Este río nace en las inmediaciones del municipio de Aguacatán; sin embargo, este municipio se encuentra ubicado justo entre Sacapulas, hacia derecha, y Huehuetenango, hacia izquierda; por lo que ir a él desde cualquiera de estos dos pueblos implica un recorrido adicional de cuando menos una hora más y alrededor de 60 kms adicionales. 

Ahora que hemos conocido, creo que lo recomendable es ir por Sacapulas y cruzar hacia Huehuetenango, y en el camino, pasar a conocer el nacimiento del río San Juan, atravesar Aguacatán y finalmente llegar a Chiantla o a Huehuetenango directamente.

Como ven en las fotografías, es un manantial que brota de manera abrupta al pie de la montaña.

Sus aguas son frescas, cristalinas y límpidas, como muy pocas veces en la vida alguien puede ver, probar y comprobar. De hecho, creo que Tita, la gotita, habría nacido acá, de haberlo conocido antes que el Ródano. 

El área circundante está muy bien acondicionada para un esparcimiento adecuado, sin embargo, quince minutos o media hora ahí son más que suficiente. Ideal si llevan algún sandwich u otro para merienda, pues no hay ahí mayor oferta. 

Dado que este sitio se encuentra en inmediaciones de área urbana, población, es necesario tomar precauciones con los vehículos y sus ventanillas. Que queden perfectamente cerradas y sin dejarlos por completo al abandono.


De hecho, me llamó mucho la atención que una persona ubicada en el sitio, con cierto disimulo, grabara mi imagen con su teléfono celular.

Guatemala cuenta con increíbles bellezas naturales, pero como todo el planeta, es habitado también por algunas personas que requieren ser comprendidas desde un muy alto nivel de evolución. Estadio al que yo no he logrado llegar.

Quizá por eso me molestó tanto también observar a los hombres, de cualquier edad, orinando a orillas de carretera cual si estuvieran en su casa.

Mi percepción es que dicha práctica irrespetuosa para con las damas rebasa con creces la media nacional en ese departamento.

Pero bueno, me he ido por las ramas, pues recordemos, estamos aún con el dilema de si tomamos el camino hacia izquierda o hacia derecha, en el crucero sobre la carretera, antes de estos sitios.

Dado nuestro espíritu aventurero, nosotros habíamos contemplado desde antes la posibilidad de tomar un camino de terracería que se encuentra inmediatamente después de atravesar el puente sobre Río Negro. Un camino que desde imágenes satelitales de la web ubiqué al lado derecho de la carretera, y que lleva hasta Aguacatán. En el momento justo entonces, una vez atravesamos el largo puente sobre río Negro, así lo hicimos.

Con la ayuda e indicaciones de pobladores del área, incluso llevando a una pareja de ellos con nosotros, con quienes tuvimos oportunidad entonces de conversar y saber poco más acerca del territorio que recorríamos, llegamos a Aguacatán cerca de 40 minutos después, donde hicimos el periplo de conocer el nacimiento del río que les he comentado previo.

El reloj marcaba entonces las 10:50 de la mañana.

Luego de cerca de media hora ahí, tomamos rumbo al municipio de Chiantla, aledaño a la ciudad de Huehuetenango; sin embargo, solo lo atravesamos, sin detenernos, y subimos entonces de manera directa hacia el mirador Juan Diéguez Olaverri. Otro destino de singular importancia en nuestros planes.


Este camino serpentea ahora ascendiendo sobre la ladera sur de los azules montes Cuchumatanes, y va desde los 2000 metros snm, en Chiantla, hasta los 3000, en el mirador, en poco menos de 25 minutos. 

Conforme ascendemos sobre él, el paisaje se torna aún más espectacular. 

Luego de 15 minutos aproximadamente, un letrero nos advierte sobre el cruce hacia izquierda para ingresar al mirador.

Desde ahí, la vista es por demás espectacular. 

Se aprecia el valle de Huehuetenango, la sierra Madre y, detrás de ella, los conos erguidos de los volcanes Tajumulco, en San Marcos, hacia la derecha, y enfrente casi, el del Santa María, en Quetzaltenango.

En ese instante mi reloj marcaba las 12:15. Pleno medio día.

En el mirador hay un área de estacionamiento para los autos, algún cartel con detalles de la vida de don Juan Dieguez, fragmentos de su poema y dos o tres cabañas decorativas en las inmediaciones a las que se puede llegar caminando.

Esencial llevar binoculares, cámara, un thermo con café y algún pastelillo para disfrutar. Claro, bufanda y gorra pueden ser necesarios.

Es un paraje magnífico y casi principal atractivo para realizar el viaje. Aunque sin menosprecio para el nacimiento del río San Juan, como tampoco para la laguna Magdalena, hacia la cual nos dirigimos en este momento, cuando son las 12:45


Desde el mirador salimos nuevamente hacia la carretera, y tomando hacia la izquierda, continuamos hacia arriba. Hacia la aldea La Capellania.

Esta aldea está ubicada ya sobre el lomo de los Cuchumatanes, a una altura de 3300 msnm. 

Desde esta, cerca de 2 kilómetros adelante sobre la misma carretera, justo al finalizar una amplia curva, se encuentra el camino de ingreso a laguna Magdalena. De terracería.

Sí, otro camino de terracería que al igual que el previo que pasamos cerca de 2 horas atrás, no presenta mayor obstáculo para nuestro automóvil. Un sedan Mitsubishi.

Nuevamente, el entorno natural ha cambiado de manera drástica. Ahora estamos rodeados por extensas planicies y suaves lomas onduladas que, serpenteando, coquetean con el cielo.

Extensas áreas que de manera natural están cubiertas de flores amarillas y largas hileras de flores rojas: girasoles las primeras, flor de fuego, las segundas, nos acompañan a lo largo del camino.

Por cierto, flor de fuego le llaman los vecinos de Huehuetenango, pero no podemos afirmar que así sea, pues hay otras flores de fuego, rojas, en otras regiones del país, que son totalmente distintas. De igual manera, se nos indicó que esta es la única época del año cuando florea, por lo que tuvimos suerte. Claro que sí. 

La imagen de abajo corresponde a dichas flores de fuego. 

De igual manera, el entorno es pletórico también de piedras. Y aunque las hay también de colores comunes, hay otras de colores negro y blanco, tan diferentes a todas otras conocidas en el país.

De hecho, estas piedras abundan. Al extremo que le proporcionan al paraje cierto aspecto marciano, lunar o extraterrestre, cual en las películas de antaño de perdidos en el espacio.

De igual manera, viendo detenidamente las fotografías, abundan las plantas de maguey entre las rocas.

Grandes plantas de una especie de maguey, del cual los vecinos extraen pita. 


Adentro de ese entorno entonces, entre flores, piedras extrañas, plantas de maguey, pinos, encinos y cipreses, un cielo aún más intenso en su color azul y densas y blancas nubes, avanzamos despacio sobre el camino de terracería.


Justo una hora con 10 minutos después de haber dejado la comodidad de la carretera asfaltada, llegamos al área de estacionamiento donde dejamos el auto. De inmediato emprendemos la caminata. Ocho a doce minutos sendero abajo, aprovechando para estirar las piernas al lado de un murmurador arroyo, y, guala... la laguna Magdalena.


Entre lo más recóndito de los Cuchumatanes, una pequeña laguna rodeada de altos y escarpados muros de piedra cubiertos de vegetación dan vida a un primoroso paisaje digno de ser apreciado por el ojo humano.

Un paraje precioso en el que las aguas adquieren diversas tonalidades en concordancia con los rayos del sol, las sombras de las montañas y las ramas de los enormes pinos que la rodean. 

Puede apreciarse de frente, con el espacio de cielo entre las piedras, al fondo; pero también desde su parte trasera, a través de un sendero algo complicado que se ubica al lado izquierdo, sobre la escarpada montaña.


No es ni por asomo una extensa porción de agua, pero su misma diminutez le propicia cierto encanto. 

No es factible bañarse en ella, ya que alimenta del vital líquido a aldeas que se encuentran abajo de ella, a las que sus aguas llegan serpenteando entre cataratas y guijarros. 

Luego de casi cuarenta minutos en la laguna y sus inmediaciones, emprendemos el regreso caminando durante 10 o 12 minutos hasta el auto. Ahora nos dirigiremos hacia la población de Chiantla, donde visitaremos a la venerada virgen de Chiantla e intentaremos tomar un almuerzo abundante que nos satisfaga hasta el desayuno de mañana.

En este instante agradezco que el avío preparado previo fuera suficiente para tan extrema y extensa odisea, la cual no estaba contemplada para este día. También agradezco que la gasolina haya sido suficiente; pero sobre todo, doy gracias al Creador porque no nos caímos o doblamos algún pie entre las escarpadas rocas y sinuoso sendero. 

Son las 3 de la tarde cuando salimos del estacionamiento. A las 4 con 20 ingresamos a la parroquia de Nuestra Señora de Candelaria. 

El cansancio empieza a manifestarse. Ya no somos veinteañeros. Tampoco treintañeros. Ni cuarentones. De hecho, ella y yo frisamos los sesenta. 

Salú, por la vida!!! 

En la próxima entrada continuaremos describiéndoles nuestra estancia en ciudad de Huehuetenango y el retorno sobre la CA1, hasta Los Encuentros nuevamente.

Hasta luego.